Un largo camino que hay que recorrer; desde ahora hasta el fin.

lunes, 11 de abril de 2011

Verano Azul


Camisa abierta, pecho descubierto, balón y cerveza en mano, nos subimos al coche de Ezekié con el fin de pasar un buen rato en la Jara. Quizás en la playa, charlando, peloteando, quizás paseando por la orilla y disfrutando del sol. Pero fue más que eso.

Aparcamos el coche cerca de la playa, y hacia ella nos encaminamos, no sin antes abrir la cerveza y darle algún que otro sorbo y echar alguna que otra foto. Hacía un día estupendo. Los aventureros, ese día, éramos Ezekie, Carlos, Gabri, Ismael y yo. Cuando llegamos a la playa, nos dimos cuenta de que la marea estaba altísima. Y todo el que haya paseado en alguna ocasión por la playa de la Jara sabrá que, eso, pasear, es completamente imposible si la marea no está baja. Pero no íbamos a echarnos atrás, no íbamos a volver al coche. Eso es lo que hubiese hecho cualquiera. Nosotros, en cambio, preferimos "pasear" por encima de las enormes piedras que se amontonan contra las las paredes de las casas que se encuentran allá donde termina la playa, y donde llega el agua, por supuesto. Imagináos un montón de rocas, afiladas, peligrosas, alguna que otra con una fina capa de musgo en su superficie (lo que hacía aun más dificil andar sobre ellas), e imagináos a un grupo de cinco gilipollas tratando de saltar, escalar y no recibir un corte de 20 centímetros en la pierna o morir por una fractura de craneo. La idea o, más bien, mi idea, era llegar hasta una preciosa casa azul y blanca que se encontraba algo más adelante, tambien a pie de playa. Su estructura simulaba ser la proa de un barco, como apuntó Ismael. Yo, esa misma mañana, había pasado por allí y necesitaba imperiosamente entrar en ella y ver cómo era por dentro.

Casi media hora nos llevamos tratando de no morir en las piedras, avanzando, poco a poco, y maravillándonos con las casas que a nuestra derecha íbamos dejando atrás. Hasta que llegamos, exhaustos y doloridos, a una casa que no tenia ni una mísera valla de madera que delimitara su jardín. Y el jardín, una vasta extension de cesped de un precioso color verde, perfectamente cortado, un gran árbol al fondo, con un columpio de fabricación casera, una preciosa casa y una piscina en uno de los laterales de ésta. Una casa realmente impresionante. Imagináos, una casa a 4 metros del mar, el cual se encuentra, literalmente, a 4 metros de tu cesped, ya que el agua, en plena pleamar, llegaba hasta la misma fachada.


Ni que decir tiene que no sentimos ningún pudor o vergüenza a la hora de tirarnos al cesped, revolcarnos en él, columpiarnos, jugar al fútbol, hacer el ganso y beber cervezas. Calculo que estaríamos en esa casa cerca de 20 minutos cuando, gracias a mi insistencia, decidimos continuar por nuestro peculiar "camino" de piedras hacia nuestro destino, la casa-barco.

No estaba demasiado lejos, unos 10 minutos tardamos en llegar hasta ella. Era realmente imponente, una gran verja azul nos impedía el paso, y sus murus delanteros eran demasiado altos como para escalar por ellos. Sin embargo, en uno de los laterales de la enorme finca, había un callejón y, en éste, la muralla que protegía la finca era más baja. Así que, Ismael, Ezekie y yo la escalamos y ¡nos encontrábamos dentro de la casa-barco!

Era precioso, pero algo no pintaba bien. Guardaba mucho parecido con la antigua fábrica de hielo que se encuentra en Bajo de Guía, con puertas de color azul, fachadas blancas y enormes ventanales. Un cartel que advertía de la videovigilancia no nos asustó en absoluto, y avanzamos hacia la puerta principal del caserón. En ella, un enorme mosáico de una virgen parecía reirse de nosotros por lo que pasaría en unos minutos. Sonreímos y saludamos a una cámara que se encontraba justo arriba nuestra, y andamos hacia la parte trasera de la casa. Había varias cámaras más de vigilancia. Y fue, justo en ese momento, cuando el detector de movimiento de una de ellas detectó nuestra presencia allí, y comenzó a sonar una alarma a un volúmen brutal. Parecía el fin del mundo. Corrimos hacia afuera, casi saltamos la valla, poniendo en peligro nuestras vidas. Una vez abajo, decidimos calmarnos y disimular, y nos fuimos andando, tranquilamente.

Era tarde, debíamos volver al coche. Nos encontrábamos algo lejos, así que tuvimos que andar un poco. Pero allí estábamos nosotros, pecho descubierto, sol en la cara, 7 de la tarde de un jueves, disfrutando de una tarde de (¿verano?) abril.

Fue una gran tarde y espero que se vuelva a repetir pronto.

PD.: Esa misma noche, Gabri, Ezekié y yo volvimos a la casa del gran jardín de cesped, con otra cerveza, y nos sentamos en plena oscuridad a disfrutar del sonido de las olas, porque ver no se veía un carajo.

Un saludo, colegas.

3 comentarios:

  1. Es ese encanto especial que tiene la Jara. Un encanto que nos atrae y seduce, que hace que queramos estar allí, cerrar los ojos y descansar... Pero ese encanto no estuvo allí siempre. Se lo dais vosotros, creando así un bucle infinito de perfección circular de la que no podemos salir, ni queremos.
    Quiero veros más frecuentemente por allí ahora que empieza el calor.

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  2. Miercoles quizá no pueda ser, pero el jueves podriamos volver a repetir la aventura.

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  3. Gran tarde , la primera de muchas esperemos :D

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