Un largo camino que hay que recorrer; desde ahora hasta el fin.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Respuestas.

¿Cuál de todas mis características es la más notable y la que más me define? ¿Cómo podría saberlo? ¿Cuál ha sido el mayor error que he cometido? ¿Por qué soy como soy?

Si tomamos como referencia un punto intermedio en mi madurez, los quince años, ¿sería capaz de decir, a partir de esa edad, qué hechos, qué fechas, qué personas, qué decisiones han conformado mi actual personalidad, qué me hizo cambiar? Creo que sería imposible decirlo con claridad y seguridad. Podemos tratar de adivinarlo, pensando, reflexionando. Y, he ahí, el porqué de la dificultad que tiene: es cuestión de emociones.

Bien es cierto que una persona puede volverse reflexiva, crítica, puede poseer mayor vocabulario, estar más intelectualmente preparada, mediante la lectura, los ejercicios mentales, el estudio. Pero no hablo de eso, estoy refiriéndome a la personalidad, a ese conjunto de hilos que absolutamente nadie maneja (ni siquiera tú mismo, a veces) y nos hacen actuar de una forma u otra frente a las vicisitudes de la vida. Eso, esas sensaciones, esas emociones que nos caracterizan, no es cabeza. Es corazón, una chispa, un sentimiento. Un cosquilleo en el estómago.

Y es eso la libertad. La libertad propia y personal, es lo que llevamos dentro, lo que aflora en situaciones límites (en mi caso, siempre que puedo), lo que más íntimamente deseamos, añoramos, amamos, odiamos. Nuestra mente no es más que un filtro de emociones hacia el exterior. Un estorbo. Es una pena ver cómo personas, aun siendo conscientes de que una persona es importante y tiene o podría tener un papel clave en su vida, aun sabiendo que esa persona podría ayudarles mucho, cogerlas de la mano y guiarles en situaciones difíciles, utilizan de tal modo ese filtro de emociones que es la mente que, sin quererlo, acaba siendo una muralla completamente infranqueable, sin ni siquiera ni mínimo agujero por donde mirar. Por eso, colegas y colegos, siempre trato de vivir con el corazón, con las emociones, empaparme absolutamente de todo lo que pueda darme placer, de todo lo que pueda hacerme sufrir. Ninguna emoción es negativa. Ningún escalofrío que pueda recorrer nuestro cuerpo es inútil.

Y creo que he dado con el asunto que tanto me ha preocupado durante varios años. Eso de lo que tanto os he hablado, esa sensación de vulnerabilidad, de sentirme herido por cosas que no me incumben, de sentir excesivamente feliz en ocasiones. El sentir que tu vida es una montaña rusa de emociones. Es este, y no otro, el motivo. Voy con el corazón en un puño, me empapo de cuanto rodea a mi alrededor, lo cedo. Y, por supuesto, lo pongo en cada cosa que realizo.

Una vida sin emociones algo completamente inútil. Yo os recomendaría vivir la vida como yo me propongo a vivirla, como un sueño, como una gran broma, como un regalo. Somos el único animal capaz de pensar, de hacernos preguntas, de sentir como sentimos. Por algo será. Sed felices, reíd, llorad, saltar, enfadaos. Amad, amad mucho.

También podéis vivir preocupados por comprar el lote para el sábado, por cuándo sacará Pereza su nuevo disco y por pintaros las uñas de colorines. Es otra forma de vivir, más fácil, más rápido, más sencilla. Pero menos placentera. Es como estar muerto en vida. Como dice una gran canción de los Beatles, “living is easy with eyes closed, misunderstanding all you see”.

Sean ustedes felices, hijos míos.

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