Se llama, dicho mal y rápido, hacer el gilipollas. El panoli, el pringao. Cuando deseas algo con tanta fuerza, que intentas cruzar el río, sin mirar abajo, sin saber que debes construir antes un puente. De confianza, de lazos. Y me ha costado siempre eso de ser razonable, de ser sensato, de pararme un momento, recapacitar y, habiendo sopesado todas las opciones, habiendo pulido todas las imperfecciones, habiendo detallado minuciosamente el plano, construir el puente y cruzar plácidamente. Y es que hay algo en mi vida que brilla por su ausencia: la paciencia. Y sin haberlo planeado me ha salido un pareado.
Pero qué queréis que os diga, ¿cuántos puentes se han de construir con la edad de dieciocho años? El de los estudios, el de la familia y el de la amistad. Todo lo demás, generalmente, una pérdida de tiempo. Pero el problema no reside en el hecho de que yo desista y no construya puentes sin ni siquiera preguntarme que habrá al otro lado, el problema es que yo me tiro al río. Me tiro. No sé qué tengo dentro, si es un puma, si es un alien o si es una personalidad tan sumamente impetuosa e irresponsable para con mis sentimientos que me autodestruyo en ocasiones. Me vuelvo un kamikaze. En eso consiste mi vida, en continuos saltos desde una avioneta. Sin paracaídas, por supuesto.
Pero ya se acabó. Por mis huevos que se acabó el mirar hacia la costa, no hay necesidad de cruzar el río cuando puedes seguir andando por la orilla. ¿No me invaden suficientes emociones caminando por la arena? Tantas como granitos piso.
Colegas, colegos, señoritas y cabessas varios, sólo mis amigos, mi familia y mi sueño-estudios tienen cabida en mi vida. Si alguien que me vea desde la otra orilla considera buena la idea de construir puentes a mi lado, para sentirnos habrá que construirlo entre los dos, piedra a piedra. Para todo lo demás, Mastercard.
Me encanta como escribes :)y cuanta razón tienes!
ResponderEliminarte sigo, pasate por mi blog cuando quieras.
UN BESOO !