Un largo camino que hay que recorrer; desde ahora hasta el fin.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Llegué caminando.

  Un sol extrañamente vigoroso de febrero le impedía caminar con tranquilidad al poder tropezar en cualquier momento con alguna piedra intencionadamente colocada por el destino en su camino para echar unas risas. Mas, precavido, andaba atento al suelo que pisaba para evitar tal tropiezo.

 Aquel día el cielo se encontraba más bello que nunca, de un azul claro que parecía augurar buenos tiempos. Le gustaba buscar señales en su día a día que pudiesen indicarle el camino a elegir. No creía demasiado en ese tipo de cosas, no era muy supersticioso pero le gustaba jugar y dudar de sus creencias ocasionalmente. Le gustaba la magia, el romanticismo, sentirse partícipe de una interminable cadena de sucesos inexplicables y sentir que el tiempo, inexorablemente, ponía cada cosa en su lugar y devolvía con intereses cualquier esfuerzo en vano que hubiera cometido. De existir el karma, algo bueno debía llegar pronto.

 Un coche rojo mate pasó a su lado. Oyó el murmullo de la música electrónica que sonaba en la radio mezclada con el crujir de su vieja carrocería al pasar por baches que eran más que comunes en aquella antigua carretera y que, desde tenía uso de razón, siempre habían existido, sin posibilidad de arreglo pues había grandes árboles al borde de ésta y las raíces parecían querer hacerse paso entre el asfalto. En el asiento trasero de aquel desvencijado coche había un niño cuyo única preocupación en aquel preciso instante parecía ser observarle deliberadamente. Pero no le molestaba. De hecho, le pareció curioso que la vida de ambos se hubiese cruzado en aquel momento, tan efimeramente y sin ninguna trascendencia. De alguna manera, sus vidas habían conectado durante unos segundos para perderse a lo lejos, allá por el colegio que se encontraba a unos cien metros. Es curioso cómo distintas vidas, distintas emociones, pensamientos, valores y circunstancias se cruzan a diario sin el menor ápice de interés por conocerse y adentrarse en esa maraña de convicciones, dudas, sueños y desilusiones que es la vida de uno. A veces, decididos e intrigados, nos adentramos en una vida y aunque no tengamos intención de salir de ella, nos sorprende el vacío de la soledad sin haberlo visto venir. Quizás haya vidas en las que encontremos la salida, sin más, y debemos salir pues no hay nada más que visitar. Otras se tratan de reconfortantes y cálidas cuevas sin salida donde poder resguardarnos en momentos de frío y miedo.

 Siempre había pensado que aquella iglesia modernista no era más que unos módulos prefabricados colocados correctamente. No era creyente, pero no podía entender como alguien podía sentirse en casa de alguien que consideran tan poderoso e inmenso como Dios al encontrarse dentro de aquella fría, blanca nave de hormigón. Miró a su derecha y volvió a contemplar, como lo había hecho ya infinidad de veces, aquella extraña e inútil parcela de forma triangular. En medio de la nada, demasiado pequeña para resultarle válida a cualquier persona, independientemente de la utilidad que quisiera darle. Por lo pronto, el dueño del terreno cuya venta estaba abocada al fracaso, la utilizaba como albergue de un caballo solitario que malvivía entre las hierbas. Trató de no mirarlo demasiado ya que los caballos, desde que era un mico, le habían producido una inmensa pena y tristeza. Parecen animales nobles y cariños y él siempre los encontraba demasiado solitarios.

 Pensaba que le gustaba pasear por aquellos caminos porque se parecía mucho a sus sueños, a sus grandes aspiraciones. Aquello era como una maqueta, hecha mal y rápido, de lo que deseaba hacer realmente cuando llegase el momento. No iba mal encaminado, pero la realidad es que todo aquello era su infancia y era, casi en exclusiva, el único lugar en el que lograba evadirse, relajarse y reflexionar correctamente. Nada era oscuro allí (excepto el propio camino cuando caía la noche que, sin farolas ni algún otro tipo de iluminación más que la luna, era plena oscuridad).

 ¿Qué le esperaba al final del camino? Aquella rotonda improvisada con poste eléctrico incluído. Pero no era ésa la respuesta que buscaba; ni siquiera la pregunta.

 Ya veía a lo lejos lo que fue su vida durante tantos veranos: aquella verja ya mohosa, la gran extensión de tierra sembrada de distintas hortalizas, aquella higuera en la que disfrutó viendo atardecer en tantas ocasiones y donde solía esconderse de alguna que otra riña de sus padres, el cañaveral donde creó su propio fuerte con sus hermanos, provisto incluso de repisas, sillas y mesas, el viejo taller que solía rebosar vida y ajetreo y ahora estaba repleto de mugre, polvo e insectos, el granero, casa de decenas de gallinas (ahora vacío) el pequeño parking bajo el techo de uralita, la vieja casa con su farol en uno de sus costados... Recuerdos, recuerdos y más recuerdos que, lejos de causarle angustia, pena y nostalgia, provocaba que le invadiesen buenas sensaciones. Siempre sería su refugio. Bien es cierto que ahora no necesitaba refugio alguno pues se sentía bien, fuerte, confiado y feliz, pero le apetecía disfrutar de todo aquello durante un rato pequeño para luego volver a la realidad y sus vicisitudes.

 Qué bonita, preciosa vida. Fue hermosa su infancia. Su presente, algo truncado, se tornaba más claro a medida que avanzaba, ¡y cuán alentador era su futuro! Ahora sí, caminaba hacia el lugar indicado. Y aunque no sabía qué le traería, sabía qué encontraría al final de su camino al que apenas le quedaba un trecho: la vida.


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