Fue como la ola que llega a la orilla: nacida para morir. Aquella noche, entendían mis ojos toda la espuma que preñaba el mar, blanca, burbujeante, inquieta, viva. La arena lucía como un enorme y dorado manto, y reposaba en mi piel delicada, suave, rasa, exquisita. Una brisa celeste entraba a mis pulmones, ensanchándome el alma, exhalando todos los pesares. Era mi cuerpo parte del paisaje, no
me limité a ser espectador: formé parte del engranaje, del enigma. Fui mar, arena, concha. Fui brisa, sal y luna.
me limité a ser espectador: formé parte del engranaje, del enigma. Fui mar, arena, concha. Fui brisa, sal y luna.
Y quise y quise y quise vestirme de aquel manto, beber de aquella espuma, henchirme de aquella brisa. Pero no fui perenne. Nunca lo fui. Nunca lo seré. Seré instante. Seré escalofrío.
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