Un largo camino que hay que recorrer; desde ahora hasta el fin.

martes, 30 de diciembre de 2014

De una nueva mañana.

 Miró el encorvado árbol que desde afuera le miraba, mientras perdía una de las pocas hojas que le quedaban.

Tuvo que hacer un ejercicio de agilidad para no espachurrar a un pobre caracol que trataba de llegar a un rosal cercano. Al recuperar el equilibrio, alzó la mirada y pudo ver, una vez más, aquella desvencijada casa de hormigón cuya tez amarillenta era síntoma de su extrema dejadez. De nuevo el sol caía y empujaba las manecillas, oscureciendo los limones que yacían putrefactos en la tierra seca. Debajo de la marquesina le embargó un profundo olor a humedad. Un viejo cuadro de una virgen cuyo nombre nunca se había parado a mirar le miraba sonriente desde una pared desconchada. Un enorme pesar empujó levemente su tronco hacia abajo, forzándole a reclinarse sobre una silla. Un enorme televisor de los años 90 descansaba sobre una mesa astillada, cubierto de polvo. Un negro silencio le zumbaba en los oídos como el rechinar de cien muebles pesados. Una gruesa puerta desconchada le invitaba a entrar en la negrura de la vieja casa. No quería hacer esperar a la desdicha, así que recorrió a oscuras el pasillo mientras sus muertos, colgados en marcos en la pared, le observaban desde otro tiempo. La cama acunó su cuerpo mientras sus muelles entonaban la misma melodía de cada noche. El techo y su uniforme colorido de distintos tonos de blanco le sumergieron en una espiral de sensaciones contradictorias.

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Un sol vigoroso palmeó su cara con fuerza, arrancándole de un profundo sueño. El techo había recuperado algo de su color blanco habitual. Recorrió el pasillo y sus muertos parecían esbozar una sonrisa tranquilizadora desde sus marcos suspendidos. La puerta dejaba entrar un resplandor blanco que inspiraba calidez. El olor a humedad de la marquesina se había esfumado ligeramente, dando paso a un agradable olor a jazmín que emanaba de un macetero cercano. Una sensación de vitalidad le elevaba tres centímetros por encima de su estatura habitual. Se sintió arropado por la familiaridad del antiguo cuadro de la virgen, del viejo televisor cubierto de polvo, del ajetreo de las gallinas que revoloteaban en el gallinero y del peculiar canto de las tórtolas.

Miró el árbol, más erguido esa mañana, que le saludaba con una de sus ramas de la que parecía brotar una nueva y esperanzadora hoja de un intenso color verde. Verde como aquella mañana.


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