Miró el encorvado árbol que desde
afuera le miraba, mientras perdía una de las pocas hojas que le
quedaban.
Tuvo que hacer un ejercicio de
agilidad para no espachurrar a un pobre caracol que trataba de llegar
a un rosal cercano. Al recuperar el equilibrio, alzó la mirada y
pudo ver, una vez más, aquella desvencijada casa de hormigón cuya
tez amarillenta era síntoma de su extrema dejadez. De nuevo el sol
caía y empujaba las manecillas, oscureciendo los limones que yacían
putrefactos en la tierra seca. Debajo de la marquesina le embargó un
profundo olor a humedad. Un viejo cuadro de una virgen cuyo nombre
nunca se había parado a mirar le miraba sonriente desde una pared
desconchada. Un enorme pesar empujó levemente su tronco hacia abajo,
forzándole a reclinarse sobre una silla. Un enorme televisor de los
años 90 descansaba sobre una mesa astillada, cubierto de polvo. Un
negro silencio le zumbaba en los oídos como el rechinar de cien
muebles pesados. Una gruesa puerta desconchada le invitaba a entrar
en la negrura de la vieja casa. No quería hacer esperar a la
desdicha, así que recorrió a oscuras el pasillo mientras sus
muertos, colgados en marcos en la pared, le observaban desde otro
tiempo. La cama acunó su cuerpo mientras sus muelles entonaban la
misma melodía de cada noche. El techo y su uniforme colorido de
distintos tonos de blanco le sumergieron en una espiral de
sensaciones contradictorias.
- - -
Un sol vigoroso palmeó su cara con
fuerza, arrancándole de un profundo sueño. El techo había
recuperado algo de su color blanco habitual. Recorrió el pasillo y
sus muertos parecían esbozar una sonrisa tranquilizadora desde sus
marcos suspendidos. La puerta dejaba entrar un resplandor blanco que
inspiraba calidez. El olor a humedad de la marquesina se había
esfumado ligeramente, dando paso a un agradable olor a jazmín que
emanaba de un macetero cercano. Una sensación de vitalidad le
elevaba tres centímetros por encima de su estatura habitual. Se
sintió arropado por la familiaridad del antiguo cuadro de la virgen,
del viejo televisor cubierto de polvo, del ajetreo de las gallinas
que revoloteaban en el gallinero y del peculiar canto de las
tórtolas.
Miró el árbol, más erguido esa
mañana, que le saludaba con una de sus ramas de la que parecía
brotar una nueva y esperanzadora hoja de un intenso color verde.
Verde como aquella mañana.