Un largo camino que hay que recorrer; desde ahora hasta el fin.

martes, 28 de julio de 2020

Cuarentena

 Ahora que la quietud se ha afincado definitivamente en nuestras vidas pareciera que las inquietudes empiezan a surgir, como si permanecieran ocultas en una vigilante lobreguez al acecho de nuestras debilidades para emerger, violentas y certeras, al más mínimo indicio de indefensión. Al principio, el desconcierto de una coyuntura para la que no existen esquemas, daba paso a momentos de tristeza en los que esta, con su afilada cuchilla, llenaba puntualmente de cortes nuestra entereza. Ahora, pasadas apenas un par de semanas -extrañas y azules-, nos vemos abocados a un enfrentamiento directo contra el mayor temor: la soledad y su martilleo incesante. Nuestros pensamientos.
 Es bien cierto que durante años me negué en rotundo la posibilidad de ser frágil, de ser débil, de poder fallar. Y caí estrepitosamente en esta batalla inútil, pues no luchaba contra mis miedos: luchaba -exhausto e indefenso- contra la errada creencia de que perder cualquier batalla contra mis temores no tenía cabida entre las opciones. Y estuve mucho tiempo en silencio. Con el tiempo, ante tal indefensión, tendí a la inmovilidad y comencé a moverme al son de mis espantos. Poco a poco, estos pasaron de estar sobre mí, asfixiantes, a colocarse junto a mí. Ante tal alivio -casi lo llamaría despertar-, comencé a recobrar las fuerzas y comprendí la lección más importante de mi vida: mis miedos me acompañarán siempre, allá donde vaya. Y solo aceptándolos podré asumir que siempre cabrá la posibilidad de quebrarse. Esa maravillosa posibilidad. Solo queda construir en base a ellos.
 Ahora, estoy en silencio de nuevo. Pero un silencio obligado por la responsabilidad que todos tenemos como personas que compartimos un espacio. Y vuelvo a oírme tan alto como siempre, casi estridente a veces. Y lo estoy disfrutando como nunca. Ya que he entendido que si soy capaz de gobernar mi silencio, seré capaz de gobernar mi vida.

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